Vivíamos
en una unidad habitacional, de esas que se encuentran a dos horas de la ciudad
y donde abundan los vecinos molestos. Recuerdo
que esa noche nos habíamos desvelado. Los nuevos vecinos acababan de
mudarse y todas las noches tocaban su
bocina hasta que las paredes retumbaban. No había descanso. En cuanto comenzaba
a oscurecer, su casa se llenaba de gente y empezaba la fiesta. Nadie les decía
nada. En realidad, todos teníamos miedo. Los inquilinos tenían una pinta de malvivientes,
de esos con los que era mejor no meterse. El ruido terminaba hasta la mañana
siguiente, luego el ciclo se repetía.
En
ese entonces, mi padre se ausentaba por cuestiones de trabajo y solo regresaba
los fines de semana. Así que en la casa solo vivíamos mi madre y yo. Ella trabajaba medio tiempo y al día
siguiente tenía que levantarse temprano.
-Me
lleva la chingada, malditos nacos, no ven que hay que gente que sí trabaja-dijo
mientras merodeaba por la casa hecha una fiera, jamás la había visto tan
enojada, supuse que después de tantas desveladas, en algún momento tendría que
llegar a su límite. Yo solo tenía doce años, así que no había mucho que pudiera
decir al respecto.
Mientras
se dirigía a la cocina para prepararse un té, reparé en su pijama, en realidad
era un vestido viejo, pero lo usaba para dormir porque era fresco. Sentí un
cosquilleo en el estómago. Confieso que me gustaba mucho verla cuando lo
llevaba puesto, sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo. El vestido le
llegaba hasta medio muslo, era de falda amplia, pero el talle tan angosto se
ajustaba a sus caderas, resaltando sus curvas. Además, era tan viejo que se
trasparentaba y uno podía imaginar lo que llevaba puesto abajo. Lo que más me
gustaba era su escote, las tetas de mi madre eran bastante grandes, cuando
caminaba le brincaban muy rico y amenazaban
con escaparse, sobre todo cuando le entraban las prisas. Cualquiera podía perderse en ese canalillo
sudoroso. Además, los tirantes eran tan
delgados que resbalaban por sus hombros ante el menor movimiento.
Estábamos
a punto de acostarnos cuando la casa cimbró. Los vidrios se tambalearon y la música de banda
nos hizo estremecernos. Mi madre cerró
los ojos, apretando los puños y poniéndose muy roja. -¡Ya estoy harta!-
cogió el primer suéter que encontró a la
mano y se dirigió a la puerta con paso decidido.- Ahorita van a ver esos
cabrones-murmuró mientras cerraba dando un portazo. Yo iba detrás de ella.
La
casa del vecino era un caos, había demasiada gente, la mayoría drogada, el olor
de la marihuana por todas partes me asfixiaba. La música sonaba tan alto y las
puertas estaban abiertas. A nadie pareció importarle que nos coláramos a la
fiesta. El vecino se llamaba Ricardo y tenía unos veinte años. Al verlo entendí
porque nadie quería meterse con ese idiota, parecía uno de esos malditos
guerreros vikingos, fornido, aunque con panza. La barba lo hacía ver más viejo,
pero su rostro seguía siendo desagradable, parecía una especie de gorila, con
vellos asomándose bajo su camiseta sin mangas. Al ver a mi madre le sonrió y
luego sus ojos la recorrieron entera. Noté que aunque llevaba el suéter, sus
piernas llamaban mucho la atención, hacía pensar en sus muslos suaves y lo que
había entre ellos. Además, su trasero era tan grande que acortaba el vestido;
desde donde estaba podía adivinar los hilos de su diminuta ropa interior.
Supuse que por el coraje ni siquiera se detuvo a pensar en esos detalles.
-Buenas
noches vecino, un favor ¿podría bajarle un poco a la música? Mañana tengo que madrugar
y…
-Perdone
señora, no la escucho-le hizo una seña para que se acercara a hablarle al
oído. Mi madre se inclinó y en ese
momento el hijo de puta se fijó en su escote, sus ojos brillaron con lujuria y
avaricia. Cuando los labios de mi madre se acercaron a su oído, giró la cabeza
repentinamente y casi le roba un beso-Ups, perdón, fue sin querer.
-Idiota-dijo
mi madre entre dientes, luego volvió a repetir su petición.
-Lo
siento señora, pero estoy en mi casa. Si quiere, puede llamar a la policía… pero
debo decirle mi papá es el jefe de cuadrilla, así que no creo que le sirva de
mucho. Mejor únase a la fiesta, todavía tenemos alcohol de sobra-dio una calada
al cigarro y le lanzó el humo a la cara.
Mi
madre se disminuyó, noté que le temblaban las piernas. Ahora entendía por qué
nadie se atrevía a reclamarle. El hijo de puta tenía contactos. Su actitud
arrogante me revolvió el estómago, pensé que mi madre daría media vuelta para
marcharse, pero en lugar de eso…
-Por
favor-dijo abandonando su tono desafiante, cruzó las manos sobre su pecho,
sintiéndose insegura, la mirada de ese tipo la había hecho consciente del
vestido y sus transparencias.
-Bueno,
mire, vamos a hacer un trato. Le bajo el volumen si acepta bailar conmigo. Solo
una ¿Qué dice?
Mi
madre guardó silencio. Noté que me miraba de reojo. Luego echó un vistazo a los
tipos que se encontraban detrás, amigos de Ricardo. Supuse que era el momento de marcharnos, pero
no fue así.
-Pero
solo será una ¿Verdad?
-Claro,
nada más para empezar a conocernos. Mis amigos cuidarán a su hijo mientras nos
divertimos-sin darle tiempo para reaccionar, la tomó de la mano y la llevó al
centro de la sala-Te la robo un segundo morro, ustedes vigílenlo mientras juego
un poco con su mamacita-le dirigió una mirada a sus amigos y ellos rieron.
En
la pista vi cómo Ricardo tomaba a mi madre por la cintura, acercándola como si
intentara retenerla, apretándola para sentir sus tetas estrujándose contra su
pecho. Sus dedos se hundieron en sus caderas, recorriendo su talle de arriba
abajo, acariciando su espalda. Ella permanecía dócil. De vez en cuando, el cabrón se acercaba para
decirle algo al oído y se quedaba ahí, olfateando su cabello. Los amigos
observaban la escena con una mano en la entrepierna, masturbándose con disimulo,
mientras a mí me hervía la sangre. De pronto noté que Ricardo bajaba la mano y
palpaba su trasero con descaro, apretando sus nalgas expuestas bajo el vestido.
Mi madre dio un respingo y trató de darle una bofetada, pero él fue más rápido
y le atrapó la mano en el aire, se la dobló hacia atrás, dejando su frente
descubierto.
Le
puso un dedo en los labios para acallarla, deslizando la punta lentamente sobre
su garganta, desabotonando uno a uno los botones del suéter, luego le peinó los
cabellos y aprovechó para deslizar la prenda, haciéndola caer sobre sus
hombros. Sus tetas quedaron indefensas, el tipo se las comió con los ojos. Mi
madre se revolvió entre sus brazos, pero él era más fuerte, su mole la dominaba
con facilidad como si fuera una muñeca.
Antes de que pudiera gritar, Ricardo puso su dedo justo en el canalillo
de su vestido, amenazando con tirar hacia abajo. Si lo hacía, ella quedaría
desnuda enfrente de todos. En ese momento me abalancé para defenderla, pero uno
de sus amigos me sujetó el brazo, luego me enseñó el arma que llevaba en el
cinturón.
-Tu
deja que nuestro compa atienda sus negocios con la buenota de tu madre, se ve
que le hace falta que le metan mano.
Mi
madre forcejeaba, mientras Ricardo seguía susurrándole cosas al oído. Tenía los
botones abiertos y la superficie de sus tetas asomaba por el escote, apunto de
liberarse. Desde donde estaba noté que tenía los pezones erectos bajo del
vestido. Al verla así, sentí una oleada de excitación. A pesar de las
circunstancias, tenía que reconocer que mi madre era demasiado hermosa, con su
piel blanca y sus curvas exuberantes. Su cabello negro le llegaba hasta media
espalda. Ricardo la giró de espaldas y la obligó a cruzar los brazos sobre su
pecho, inmovilizándola, rodeándola como si fueran una pareja y apoyando su
miembro en su culo vulnerable. Le dijo algo al oído y esta vez pude ver como mi
madre perdía todas las ganas de pelear. El muy cabrón por fin la había domado.
Cuando
terminó la canción volvieron con nosotros. La respiración de mi madre estaba
agitada, sus tetas se sacudían al ritmo de cada inhalación, apenas cubiertas
por el vestido y el sostén diminuto que usaba para dormir. Su cabello
despeinado y su mirada escurridiza la hacían lucir indefensa y esa imagen
volvió a hacer estragos con mi erección.
-Bueno
niño, tu mamá tiene algo que decirte.
-Amor,
necesito que vayas por mi teléfono-dijo con voz entrecortada. Sabía que algo
andaba mal, pero no me atrevía a contradecirla enfrente de ellos.
-Pero…
-¡Ve
rápido! aquí te espero, lo dejé en la cama-sus ojos se humedecieron y su voz
sonaba más débil. Ricardo pasó un brazo sobre sus hombros, como si estuviera
reclamándola, como si fuera su territorio. Su mano caía muy cerca del inicio de
sus pechos y eso me enloqueció.
-Hazle
caso compa, aquí te la cuidamos.
Salí
de la casa corriendo, intuyendo lo que sucedería con mi madre. Me pregunté por
qué ella se doblegaba de esa manera, luego recordé las armas, seguro ese idiota
la tenía amenazada. Después de todo habíamos caminando directo a la boca del
lobo. Se me cerró la garganta y después de coger el celular, volví sobre mis
pasos. La puerta estaba cerrada, había música, pero sonaba tan fuerte que nadie
me escucharía. Aporreé la puerta con todas mis fuerzas, pero nadie me abrió.
Adentro solo había risas y gritos entusiasmados. “¡Fondo, fondo, fondo!” Me
asomé a la ventana, pero descubrí que habían bajado la cortina, aún así pude
ver algo a través de una rendija. La multitud me estorbaba, pero cuando por fin
se movieron, pude ver a Ricardo sentado en uno de los sillones, como un rey en su
trono. Tenía a mi mamá sentada en su regazo, el vestido se le subía hasta
descubrir ambas piernas, casi al inicio de sus bragas, uno de los tirantes caía
sobre su hombro y sus tetas se desparramaban a punto de salirse del vestido.
Ricardo tenía una mano posada sobre su trasero, abarcando una de sus nalgas con
toda la palma, apretando y manoseando a su antojo, con la otra le empinaba una
botella de cerveza, metiéndosela en la boca como si fuera una polla.
El
líquido se desparramaba sobre ella, incapaz de tragar todo lo que volcaban en
su garganta. La cerveza había empapado el vestido, metiéndose en su escote,
volviéndolo casi transparente. Tenía los pezones rígidos y al verla parecía
como si no llevara nada puesto, excepto la tanguita negra cuyos hilos se sujetaban
poco más arriba de sus caderas. Mi madre permanecía sumisa, aturdida por todo
el alcohol que estaba bebiendo, mientras Ricardo la exhibía como un trofeo,
recibiendo los aplausos y vítores de sus amigos. Uno de ellos le pasó otra
botella y Ricardo bebió un trago, lo mantuvo en la boca y luego besó a mi
madre, obligándola a beber sin importar su renuencia. Mi madre trataba de
evadirlo, pero Ricardo la tomó de las mejillas y le metió la lengua. Así
permanecieron durante unos minutos, parecía que quería comérsela. Desde donde
estaba, vi que mi madre tenía lágrimas en los ojos. Ricardo se las secó como si
fuera un padre consolando a una niña y luego mordió su cuello. Acto seguido,
pasó la lengua por su garganta, bajando poco a poco por su pecho, saboreando su
piel, su sudor, bebiendo el líquido que se metía en el canalillo de sus tetas,
tenía una expresión de placer que me dio asco.
Cuando
terminó de embriagarla, la levantó en vilo y echó sobre su hombro. Sus nalgas
quedaron al descubierto, la tanga se le metía entre los cachetes, hundiéndose
deliciosamente en su coño, completamente empapada. Ricardo la miró e hizo una
expresión de victoria. Le dio una
nalgada con todo descaro, deleitándose al ver cómo temblaban sus carnes. Sus amigos hicieron una exclamación de
sorpresa y satisfacción.
-Bueno,
yo me retiró. Tengo que destapar esta cañería-le dio otra nalgada enfrente de
todos, dejando su mano ahí, palpando la suavidad y firmeza de ese culo con el
que todo el vecindario había soñado. Se dirigió a las escaleras y subió hasta
las habitaciones. En ese momento lo perdí de vista.
Apenas
podía creer lo que había pasado, me dirigí a la puerta y traté de embestirla,
pero no tenía la fuerza suficiente. Así
que me quedé en la acera frente a la casa, esperando que alguien saliera para
colarme. Pasaron varios minutos hasta que me percaté de que podía trepar por
las protecciones de la casa para ver lo que sucedía arriba. Me escabullí con
cuidado, aferrándome a los barrotes para no caerme. Por suerte las cortinas estaban abiertas y
esos bastardos estaban demasiado distraídos para notar mi presencia. Adentro
las luces estaban encendidas. Ricardo estaba sentado en la cama, completamente
desnudo. La visión era repugnante, tenía tatuajes por todo el pecho, deformados
por la piel fofa y la barriga que le colgaba sobre el vientre. Mi madre se
hallaba de rodillas, con la cabeza metida entre sus piernas. Ricardo la tenia
sujetaba del cabello, dirigiendo la intensidad de la mamada, mientras sus dos
amigos se masturbaban sin perder detalle.
-Eso
es perra, enséñame lo que puedes hacer con esa boquita…-dijo entre jadeos, la
cabeza de mi mamá subía y bajaba, acelerando y desacelerando el ritmo según el
capricho de ese idiota.-Espero que con esto aprendas tu lugar vecina, porque
desde ahora en adelante vamos a vernos más seguido.
La
escena me dejó pasmado, las piernas me temblaban y estuve a punto de
caerme. Pasaron diez minutos, pero
pareció una eternidad. Mi madre seguí chupándosela, sin oponer resistencia. El
alcohol la había golpeado bastante, dejándola tan mareada que apenas podía
sostenerse en pie. Lo único que podía hacer era convertirse en una putita
obediente, dejándose guiar por los deseos de ese maniaco. Antes de correrse,
Ricardo retiró la polla de sus labios y la obligó a mirarlo.
-Mmm,
pero mira nada más esa carita… ahora ya no te ves tan respingona, ¿verdad
preciosa?-tiró de su cabello para obligarla a levantarse, luego la tumbó boca
arriba sobre la cama. Ricardo se
abalanzó sobre ella y le plantó un beso, violando su intimidad, explorando con
su lengua todos los rincones, mientras deslizaba los tirantes del vestido y se
lo arrancaba rompiendo todos los botones de la parte delantera.
–Tsss,
así está mejor-dijo mirándola con avidez.
Retiró las copas del sostén muy lentamente, como si estuviera
desenvolviendo un regalo. Sus tetas quedaron expuestas, desparramándose un poco
a los lados debido a su gran tamaño. Ricardo las amasó con regocijo,
palpándolas en toda su plenitud, pellizcando sus pezones hasta dejarlos
erectos. Acercó su boca y empezó a chupárselas.
Mi
madre protestó, trató de quitárselo de encima, pero él sujetó sus manos y la
apresó contra la cama. Metió la lengua en su oído, mientras mi madre lo evadía
con el asco reflejado en su cara. Ricardo la ignoró y pasó la lengua por su
mejilla, recogiendo su sudor, sonriendo y burlándose. El hijo de puta se quedó
un buen rato barnizando sus tetas con su saliva, amasándolas a voluntad,
adueñándose poco a poco del cuerpo de mi madre. Su vestido ya solo era un
pedazo de tela que apenas cubría nada, el sostén yacía en el suelo junto a la
cama y lo único que la cubría era la diminuta tanga que apenas llegaba a
hilos. Después de acariciar sus piernas,
se la hizo a un lado, descubriendo su entrada y sin pensarlo dos veces se metió
entre sus muslos con una embestida.
Mi
madre chilló, pero no pudo hacer nada, estaba completamente a su merced,
recibiendo sus embestidas mientras Ricardo la sometía, aprisionándola con su
cuerpo, admirando como se zarandeaban sus tetas con una mirada lasciva. El tipo
la tenía abierta de piernas, devorándola toda. En ese momento, se inclinó sobre
ella para seguirla humillando, haciendo que sus tetas se restregaran mientras
le hablaba al oído, volviendo a besarla para demostrarle que era su dueño. No
sé cómo sucedió, pero en algún momento durante la faena, Ricardo miró hacia la
ventana. Entonces me vio y estalló en una carcajada. Detuvo las embestidas y comenzó a lamer sus
tetas, sin quitarme la vista de encima.
Mi madre tenía los ojos cerrados, tratando de evadirse. Luego volvió a
cogérsela, esta vez con más ganas.
Mi madre gritó, pero él la acalló metiéndole la
lengua, besándola sin compasión. Así permaneció durante un rato, dándole tan
duro que la cama se tambaleaba. Yo tampoco podía quitarles la vista de
encima. Estaba furioso, pero al mismo
tiempo tenía la mayor erección que había sentido en mi vida.
La visión de ese
cuerpo repugnante sobre mi madre me provocaba espasmos en el estómago. En ese
momento Ricardo se quedó quieto, dejando que su semen escurriera dentro del
coño de mi madre. Ella ya no se resistía, parecía una hermosa muñeca inflable,
dispuesta a dejarse hacer.
Después de recuperarse, se separó de ella, dejándola
ahí, espatarrada sobre la cama, con las piernas ligeramente abiertas. Después
de hacerse una última paja, se corrió sobre su vientre, sobando la superficie
de su piel para esparcir su semilla por sus tetas.
Ella trató de cubrirse,
girándose hacia un lado, pero a él no le importó. Antes de salir de la
habitación, le dio una nalgada de despedida, se acercó a la ventana y me sonrió
con malicia. Luego bajó la cortina y apagó la luz, dejándome a ciegas, sin
saber qué más sucedía ahí adentro.
Un aporte de Eduardo. Gracias por colaborar.